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Habiendo entrado en la barca, Jesús pasó a la otra orilla y llegó a su propia ciudad. Entonces le trajeron un paralítico tendido sobre una camilla. Y viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico:

—Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.

He aquí, algunos de los escribas dijeron entre sí:

—¡Este blasfema!

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